Hablemos de reparto de tiempos y trabajos: apostar por la igualdad contribuye a reducir el trabajo infantil

22 de abril de 2016

Por: Elena Saura de la Campa [1]
Correo electrónico: [email protected]

(NOTICIAS DE LA OIT).- América Latina será sede, por segunda vez consecutiva, de la IV Conferencia Mundial sobre Trabajo Infantil (Argentina, 2017). La última cita mundial (Brasilia, 2013) tuvo como tema central de debate la protección social como vía estratégica de prevención y eliminación del trabajo infantil. En esta, esperemos que se profundice en el tema e introduzca en el debate la conexión entre las políticas de igualdad y económicas, con las sociales y de infancia. Conexiones ineludibles si se quiere avanzar en la lucha contra el trabajo infantil y brindar el sentido de urgencia que necesita.

Si bien no se puede hablar de recetas, sí hubo consenso en que las políticas de protección social (y yo añadiría con un enfoque de igualdad de género) pueden contrarrestar los efectos negativos del trabajo infantil y evitar la entrada temprana de la niñez y adolescencia a situaciones de explotación. De hecho, como ya se apuntaba en los debates previos a la Tercera Conferencia Mundial sobre trabajo infantil, los datos estructurales del trabajo infantil muestran una incidencia muy alta en aquellos grupos poblacionales vinculados a la agricultura y a las formas de trabajo familiar no remunerado, lo que advierte de la existencia de modalidades de trabajo infantil que se desarrollan preferentemente en actividades económicas de alta informalidad, gran invisibilidad y en situaciones de ruralidad o aislamiento, con entramados institucionales débiles y fuertes déficits de servicios públicos. Ello, sumado a que las diferencias se dan no solo entre países, sino que se reproducen al interior de cada uno (regiones dentro de un mismo país e incluso dentro de una misma ciudad).

Las más recientes estimaciones estadísticas indican que 168 millones de niñas y niños en el mundo se encuentran en situación de trabajo infantil, una cifra que ronda el 11% del conjunto de la población infantil, según el último informe global de la OIT[2], y para el caso de América Latina y el Caribe, esa cifra se estima en 12,5 millones (sin considerar la cantidad de niñas que realizan tareas domésticas peligrosas en su propio hogar, privándolas de la educación, salud y desarrollo acorde con su edad), por lo que el problema sigue siendo de gran envergadura en una región del mundo donde económicamente se ha registrado un crecimiento positivo, aún con la tendencia a la desaceleración que se registra de manera diferenciada en algunos países.

La necesidad de brindar un sentido de urgencia a las dinámicas que reviertan estas situaciones de vulneración de derechos humanos, va de la mano de la necesidad de ampliar las miradas que se tienen sobre el tema para abordar sus causas más estructurales. Las relaciones de poder, la discriminación y la exclusión juegan un papel relevante en el mundo del trabajo. No solo entre mujeres y hombres, sino también entre personas adultas y niñas y niños; entre lo productivo y lo reproductivo; entre lo remunerado y lo no remunerado. De ahí la relevancia de resaltar que la desigualdad de género también explica el fenómeno del trabajo infantil. Y si no se amplía su enfoque de análisis, el uso de instrumentos “clásicos” en la lucha contra el trabajo infantil se agota cuando se habla de temas específicos como el trabajo doméstico infantil, trabajo en el ámbito rural y en general, el trabajo familiar no remunerado.

Hablar de vulneración de derechos es hablar de pobreza de tiempos, de ingresos, de recursos, de pobreza oculta de la dependencia, de pobreza de capacidades y oportunidades, de desigualdades, de precariedad, de carencias de poder, de exclusión, de discriminación (donde las mujeres, comparadas con los varones de su misma clase y condición, salen peor paradas). Un sinfín de factores que determinan también por qué persiste el trabajo infantil en pleno siglo XXI. Sin entrar al detalle, pensemos ¿Están todos estos temas en la arena pública? Una respuesta inmediata sería: no con la fuerza que requieren, y sobre todo, no siempre interconectados.

¿Qué temas están en la agenda cuando hablamos de economía en América Latina y el Caribe? ¿Cuáles están en la agenda de igualdad? ¿Qué temas son los que entran a debate en la región cuando nos referimos a infancia y adolescencia? ¿Y a trabajo infantil? ¿Se habla de la distribución de los tiempos y de la carga total de los trabajos entre mujeres y hombres, entre las familias, el Estado, el mercado y la comunidad? Algo común a todo ello, sería poner la vida en el centro para promover otras dinámicas que generen igualdad real desde la infancia. Y este reclamo ha sido un aporte fundamental de las feministas a la economía, lo que exige entrelazar las transformaciones de lo cotidiano con las políticas macro.

Hablar de economía feminista, es hablar de la economía como un hecho social, una gran red de redes donde todas las vidas tienen conexión y son interdependientes. Es hablar de la conexión entre el trabajo remunerado y el no remunerado para entender las dinámicas socio familiares no exentas de conflictos. Es hablar de cuidados, de la distribución de tiempos y de la carga total de los trabajos. Todo ello, conecta con la igualdad y, como no, con la infancia, pues al hablar de repartos, hablamos de la organización social de los cuidados de todos los miembros de la familia y el funcionamiento del sistema económico en que se basan.

Hablar de infancia y trabajo infantil exige también ese reparto de tiempos, responsabilidades y trabajos entre mujeres y hombres, entre las familias, el Estado, el mercado y la comunidad, pues si bien la niñez y la adolescencia son etapas para compartir momentos de aprendizaje, con recreación y descanso, sus referentes adultos les deberían proveer del sustento necesario para un completo desarrollo. Esto se logra si se comparte la carga total de los trabajos, es decir, si los hombres se involucran en los trabajos de cuidados y no remunerados (principalmente desarrollados por mujeres a día de hoy); si maternizamos a la sociedad (que valore y visibilice todos esos aportes sin valor monetario) y desmaternalizamos a las mujeres (para poder conseguir esa igualdad de resultados, más allá de las oportunidades, en todos los ámbitos de la vida).

A fin de cuentas, pensar en una vida que merezca la alegría de ser vivida frente a la acumulación de capital que propugnan los mercados. Porque las desigualdades entre mujeres y hombres y la explotación infantil así como tantas otras discriminaciones no tienen cabida si ponemos la sostenibilidad de la vida en el centro de todas nuestras propuestas. Políticas económicas, sociales, de igualdad y de infancia son parte de un mismo puzzle que queremos componer. ¡Vayamos por ello!

 

[1] Economista, especialista en Género y Desarrollo, tiene más de 15 años de experiencia profesional en cooperación internacional fundamentalmente en la concepción, elaboración y análisis de políticas, estrategias y programas de cooperación y de igualdad.

[2] OIT/IPEC (2013): Medir los progresos en la lucha contra el trabajo infantil - Estimaciones y tendencias mundiales entre 2000 y 2012. OIT, Ginebra.

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